lunes, 13 de octubre de 2008

La Tumba del colombiano desaparecido

Carlos Vásquez - Zawadzki

Sí, un monumento significativo, simbólico, erigido en el corazón de nuestra geopolítica. Rojo, como la sangre derramada por millares de colombianos y colombianas de todas las edades.

Para que hoy y mañana todos y todas no olvidemos las desapariciones –las aterradoras desapariciones forzosas- de 25.000 personas desde 1985. Más de 6.000 en el último año.

Para que la memoria colectiva –lábil en familias y amistades y compañeros de trabajo y vida- de quienes fueron desaparecidos en la brutalidad y la intolerancia psicóticas, nunca se borre como leves huellas en la arena de nuestros ríos y océanos.

Para que se continúen verbalizando y contando las historias de vida y los nombres de aquellos y aquellas que fueron indeseada, inesperada y violentamente desaparecidos del reino de este mundo.

Para que podamos escuchar y saber quiénes fueron y son en nuestro tiempo de crisis civilizatoria los y las desaparecidos y desaparecidas injustamente –constituyéndose en crímenes de lesa humanidad-, y para que también podernos decir quiénes somos en nuestros egoísmos, dogmas siempre misérrimos, injusticias, miedos frente al Otro, inseguridades, en fin, estulticia humana.

Para que nos digamos explícitamente en la estulticia y la psicosis.

Para que nos veamos y reconozcamos ante este espejo trisado o referente del horror: cuando colombianos y colombianas decidimos un inescrutable día exterminar al Otro, diferente, opuesto, desconocido, en lugar de respetar el valor de la vida –equivalente a la de todos y todas-, como principio fundamental de una sociedad convivial y civilizada.

Para que los desaparecidos y las desaparecidas por la Razón instrumental y la fuerza –es decir, a quienes se les negó la existencia por cualquier argumento insostenible: político, económico, religioso y de clase-, sean reconocidos, identificados en esta metáfora monumental de su ausencia.

Para ser nosotros, todos y cada uno y una, nombrados en el presente de nuestra sociedad de la violencia y la incomunicación.

Para que un símbolo mayor nos refiera, nos señale, nos interpele, y nos rodee y abrace en la geografía nacional con cintura de fuego, y nos marque un punto cero, un punto posible de no - retorno a la negación de la otredad y la diferencia.

Para que la Tumba del colombiano desaparecido, como símbolo significativo sea dialogado, sabido, incorporado, respetado, aceptado. Ello, como lo que nos reúne en lo irrepetible, en el nunca jamás. Símbolo palpitante circulando en nuestras venas –savia sabia- para devenir memoria de ese Otro desaparecido. Símbolo del valor incuestionable de la vida.

Para que familias y asociaciones de víctimas desaparecidas y el equipo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Conciliación, continúen sin descanso su trabajo de construcción de Memoria y Justicia.
Para que, finalmente, la Tumba del colombiano desaparecido alerte, avise, señale toda impunidad y cualquier impunidad. Y sobre sus paredes o fachadas se registren –blanco sobre rojo- los nombres de las 25.000 personas desaparecidas: 25.000 gritos estentóreos contra los y las criminales, los y las proteiformes actores y actoras del conflicto en Colombia.