viernes, 13 de octubre de 2017






Los corruptos de pensamiento y obra

                             Por Carlos Vásquez – Zawadzki

   Acerquémonos a la palabra <> y encontraremos, del lat. corrumpere, la denotación echar a perder. Y sus sinónimos, falsear y estropear; en sentido figurativo, depravar.

   A su vez, el término <>, del lat. corruptio, es putrefacción. Asimismo, alteración. Y figurativamente, vicio, seducción, cohecho.

   Sin vestir hábito monjeril, podemos afirmar frente a los nombres que Fiscalía, Procuraduría y Jueces de la República arrojan al circo (romano o latino, a los que asistimos como espectadores que gritan ‘sangre’, ‘sangre’, sangre’) de los medios de comunicación (incluyéndose las redes sociales), ello, día a semana y semana a mes, que estamos experimentando un Estado de vicios y realidades putrefactas.

   Sin estar en olor de santidad, asistimos a un estado de cosas en el que la Ley y las Normas de Orden y Convivencia –en sus dimensiones éticas, privadas y públicas— se alteran y echan a perder, hasta el punto en que individuos y organizaciones privadas y oficiales se corrompen, y ellos, y la vida social –la nuestra— entran en estado de putrefacción.

   Como putrefactas –es la percepción de las mayorías, tapándonos la nariz—son la justicia y la política, amén de la economía, regida por la industria y el sistema financiero que han conducido a una sociedad del consumo, en las seducciones alienantes del mercado.

   La justicia politizada, corrompió a instituciones como las altas cortes, asimismo a magistrados y jueces, echándolos a perder.

   Como echado a perder –con pocas excepciones--, está el Congreso (recuerdo ahora a Uribe Uribe y su  libro, Ser liberal no es pecado, ello en tiempos de la corrompida hegemonía conservadora, entre 1886 y 1930).

   El mismo ejercicio de la política y sus polarizaciones bárbaras (nunca civilizatorias, por lo cual continuamos en el siglo XIX de Sarmiento, premoderno y ciego), polarizaciones irreconciliables pero irrisorias (sí, son para morirse de la risa) y mediocres. Hablamos de las ‘cabezas blandas’, como las llamaba Isidoro Ducasse.

   Viciosas, la justicia y la política, corrompidas, depravadas y luego, putrefactas. Y todos, asistiendo a nuestro propio entierro.

Volvamos por favor a leer a Jorge Zalamea del Señor Presidente y del Gran Burumdum-Burumdá.




El dedo pulgar y la democracia

                                   Por Carlos Vásquez – Zawadzki

   Afirman los antropólogos (evolucionistas) que el dedo pulgar, para el homo sapiens hasta el presente, por oposición al resto de los dedos de la mano, posibilitó la elaboración y la aprehensión de herramientas y el desarrollo, tanto del ser humano como de las sociedades actuales.

   La oposición es contraste entre dos cosas contrarias. O bien posición de una cosa frente a otra.

   De la oposición de cosas, ideas, conceptos, visiones, saberes, comportamientos (para no hablar de ideologías), surgen las diferencias. Y de las mismas, tête-à-tête, la posibilidad de nombrarlas y conocerlas y hacerlas realidad.

   Es, siguiendo la metáfora del pulgar (Pulgarcito es, una extensión cuando se trata de la estatura de los infantes), desear un ´mano a mano´ en la política colombiana.

   Juego de oposiciones, juego de contrastes entre cosas contrarias, juego de diferencias.

   En este juego –pasando al ´mano a mano´ de la vida política (de polis, ciudad)--, se producen las diferencias, a su vez nacidas de contrastes, a su vez originadas en cosas contrarias, digamos diversas visiones de país.

   Perciba usted, en el juego ciencia, el ajedrez, las blancas y las negras. Pero, una vez iniciada la partida, el valor de cada pieza depende de su lugar en el tablero y de todas las demás piezas contrastadas y opuestas a las fichas del adversario. Un peón o un caballo, con inteligencia o sagacidad o conocimiento, pueden llegar a tener tanto o más valor que una reina, y pueden coronar.

   Ahora bien, en el tablero de la democracia colombiana, el juego (y estatuto, su estar y ser) de la oposición política, que sería fuente y garantía de la misma democracia participativa en la que todos jugamos, hasta ahora, la Constitución del 91, carecería en sus manos y en el ´mano a mano´ diario, de fuertes y sabios dedos pulgares.

   Por ello, se escribe en la prensa, que “la Corte Constitucional tiene en sus manos darle el aval al estatuto de la oposición política” (El Espectador, 6-10, p.6).

   Después de 26 años, podríamos todos tener manos con pulgares decisivos y ser ciudadanos en ejercicio, con posibilidad de jugar el juego de la oposición política, es decir, con opciones de gobernar (eso sí, con manos limpias). Diferenciarnos frente al poder de un gobierno voraz o inepto, omnipotente o corrupto. Controlarlo, ser alternativa.

   Alternativa frente a la guerra y la injusticia, la estulticia y la corrupción, moviendo fichas en el tablero de la vida cotidiana, para ganar la partida de la paz constructiva, que es la de una sociedad adulta de la equidad y la comunicación. Una sociedad de ciudadanos, más que de profesionales y aún de creyentes.

   Empuñémosla y levantemos el pulgar, como símbolo de un nuevo país. O bien, entre pulgar e índice, sujetemos el voto por quien conduzca la nación a la prosperidad para todos los colombianos, deseosos de justicia social y esperanza.





El desencanto en la justicia y la política

                                                                             por Carlos Vásquez – Zawadzki

   O bien, la ira y la saciedad; el asco y la repugnancia.

   Instituciones jurídicas y políticas, funcionarían como organizaciones o empresas delictivas, criminales. Manifiesta R. Arguello en la lectura de una excelente novela que se estructura sobre ‘el verdadero conflicto colombiano: la corrupción’, Deambular de mariposas : “La corrupción es el delito que más se ha vuelto empresa o el propósito para el que algunos delincuentes fundan una nueva”.

   La referencia, que en la lectura rutinaria de los relatos de prensa producen, por su reiterada tematización y aparición, bostezos de indiferencia y rubores de un día, “es la codicia sin límites, los ajustes de cuentas, el tráfico de drogas, de armas y de todas la variaciones del trapicheo, así como una especie de mercenarismo cuasi-criollo con características transnacionales”.

   El catalizador es el dinero, “dinero para –por supuesto— obtener el poder”. Allí todo se negocia y factura: dignidad, saberes, estatus, carrera, cargos representativos, institucionalidad, identidades, ideas y aún el país (cf. Roberto Gil de Mares, Deambular de mariposas, Pigmalión, Madrid, 2017, pp. 9-13).

   Abogados (en número creciente, infinito en Colombia, como las Facultades que deforman o mal forman profesionales), con programas académicos mediocres, sin bases investigativas y epistémicas, sin preguntas ni conceptos sólidos, incapaces de argumentar y sustentar, y menos escribir. Además carentes de un horizonte de principios y valores humanistas y civilizatorios. Sí, señores y señoras, allí crecerían ( y mejor, involucionarían) los guerreros-actores, los del cálculo y futuros negocios rentables, de esas instituciones jurídicas que funcionan ayer y hoy como organizaciones criminales.

   Políticos (incontables, babélicos y babas-bélicos) de paupérrima formación profesional, verbo decadente y mísero; sin partidos al servicio del desarrollo social y ciudadano; espejos trisados sin azogue; además, carentes de escrúpulos, prestos a obedecer al jefe psicótico, a la seducción de la coima, al rapto reptando de las riquezas del Estado. Sí, ellos también, los guerreros-actores del mismo ejército de depredadores del fisco y parte de esas mismas instituciones que funcionan como organizaciones criminales.

   ¿Qué Hacer…? ¿Una Constituyente con reglas y plazos establecidos, como escribe un abogado-periodista, redentorista? ¿Una Constituyente con el tema único de reformar la justicia, como sugiere un economista-académico en sus abstracta ingenuidad? ¿Una Constituyente, y la destitución de todos los magistrados, reemplazándolos por nombramientos por estricto mérito, como lo grita un editorialista candoroso?

   Señoras y señores, en los casos anteriores, peor la Constituyente que la enfermedad: esas empresas delictivas, las de la política y las de la justicia, pueden perder a uno, varios o muchos de sus integrantes o actores guerreros, “pero al convertirse en una verdadera empresa anónima puede(n) seguir intacta(s)”.


   Como ocurriera en Islandia, sería fundamental repensar en la sociedad civil y actuar desde la misma. De otra manera, el país devendría inviable, cerrado y alienado.