El desencanto en la justicia
y la política
por Carlos
Vásquez – Zawadzki
O bien, la
ira y la saciedad; el asco y la repugnancia.
Instituciones
jurídicas y políticas, funcionarían como organizaciones o empresas delictivas,
criminales. Manifiesta R. Arguello en la lectura de una excelente novela que se
estructura sobre ‘el verdadero conflicto colombiano: la corrupción’, Deambular de mariposas : “La corrupción
es el delito que más se ha vuelto empresa o el propósito para el que algunos
delincuentes fundan una nueva”.
La
referencia, que en la lectura rutinaria de los relatos de prensa producen, por
su reiterada tematización y aparición, bostezos de indiferencia y rubores de un
día, “es la codicia sin límites, los ajustes de cuentas, el tráfico de drogas,
de armas y de todas la variaciones del trapicheo, así como una especie de
mercenarismo cuasi-criollo con características transnacionales”.
El
catalizador es el dinero, “dinero para –por supuesto— obtener el poder”. Allí
todo se negocia y factura: dignidad, saberes, estatus, carrera, cargos
representativos, institucionalidad, identidades, ideas y aún el país (cf.
Roberto Gil de Mares, Deambular de mariposas, Pigmalión, Madrid, 2017, pp.
9-13).
Abogados (en
número creciente, infinito en Colombia, como las Facultades que deforman o mal
forman profesionales), con programas académicos mediocres, sin bases
investigativas y epistémicas, sin preguntas ni conceptos sólidos, incapaces de
argumentar y sustentar, y menos escribir. Además carentes de un horizonte de
principios y valores humanistas y civilizatorios. Sí, señores y señoras, allí crecerían
( y mejor, involucionarían) los guerreros-actores, los del cálculo y futuros
negocios rentables, de esas instituciones jurídicas que funcionan ayer y hoy
como organizaciones criminales.
Políticos
(incontables, babélicos y babas-bélicos) de paupérrima formación profesional,
verbo decadente y mísero; sin partidos al servicio del desarrollo social y
ciudadano; espejos trisados sin azogue; además, carentes de escrúpulos, prestos
a obedecer al jefe psicótico, a la seducción de la coima, al rapto reptando de
las riquezas del Estado. Sí, ellos también, los guerreros-actores del mismo ejército
de depredadores del fisco y parte de esas mismas instituciones que funcionan
como organizaciones criminales.
¿Qué Hacer…?
¿Una Constituyente con reglas y plazos establecidos, como escribe un
abogado-periodista, redentorista? ¿Una Constituyente con el tema único de
reformar la justicia, como sugiere un economista-académico en sus abstracta ingenuidad?
¿Una Constituyente, y la destitución de todos los magistrados, reemplazándolos
por nombramientos por estricto mérito, como lo grita un editorialista
candoroso?
Señoras y
señores, en los casos anteriores, peor la Constituyente que la enfermedad: esas
empresas delictivas, las de la política y las de la justicia, pueden perder a
uno, varios o muchos de sus integrantes o actores guerreros, “pero al convertirse
en una verdadera empresa anónima puede(n) seguir intacta(s)”.
Como
ocurriera en Islandia, sería fundamental repensar en la sociedad civil y actuar
desde la misma. De otra manera, el país devendría inviable, cerrado y alienado.
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