viernes, 13 de octubre de 2017






El desencanto en la justicia y la política

                                                                             por Carlos Vásquez – Zawadzki

   O bien, la ira y la saciedad; el asco y la repugnancia.

   Instituciones jurídicas y políticas, funcionarían como organizaciones o empresas delictivas, criminales. Manifiesta R. Arguello en la lectura de una excelente novela que se estructura sobre ‘el verdadero conflicto colombiano: la corrupción’, Deambular de mariposas : “La corrupción es el delito que más se ha vuelto empresa o el propósito para el que algunos delincuentes fundan una nueva”.

   La referencia, que en la lectura rutinaria de los relatos de prensa producen, por su reiterada tematización y aparición, bostezos de indiferencia y rubores de un día, “es la codicia sin límites, los ajustes de cuentas, el tráfico de drogas, de armas y de todas la variaciones del trapicheo, así como una especie de mercenarismo cuasi-criollo con características transnacionales”.

   El catalizador es el dinero, “dinero para –por supuesto— obtener el poder”. Allí todo se negocia y factura: dignidad, saberes, estatus, carrera, cargos representativos, institucionalidad, identidades, ideas y aún el país (cf. Roberto Gil de Mares, Deambular de mariposas, Pigmalión, Madrid, 2017, pp. 9-13).

   Abogados (en número creciente, infinito en Colombia, como las Facultades que deforman o mal forman profesionales), con programas académicos mediocres, sin bases investigativas y epistémicas, sin preguntas ni conceptos sólidos, incapaces de argumentar y sustentar, y menos escribir. Además carentes de un horizonte de principios y valores humanistas y civilizatorios. Sí, señores y señoras, allí crecerían ( y mejor, involucionarían) los guerreros-actores, los del cálculo y futuros negocios rentables, de esas instituciones jurídicas que funcionan ayer y hoy como organizaciones criminales.

   Políticos (incontables, babélicos y babas-bélicos) de paupérrima formación profesional, verbo decadente y mísero; sin partidos al servicio del desarrollo social y ciudadano; espejos trisados sin azogue; además, carentes de escrúpulos, prestos a obedecer al jefe psicótico, a la seducción de la coima, al rapto reptando de las riquezas del Estado. Sí, ellos también, los guerreros-actores del mismo ejército de depredadores del fisco y parte de esas mismas instituciones que funcionan como organizaciones criminales.

   ¿Qué Hacer…? ¿Una Constituyente con reglas y plazos establecidos, como escribe un abogado-periodista, redentorista? ¿Una Constituyente con el tema único de reformar la justicia, como sugiere un economista-académico en sus abstracta ingenuidad? ¿Una Constituyente, y la destitución de todos los magistrados, reemplazándolos por nombramientos por estricto mérito, como lo grita un editorialista candoroso?

   Señoras y señores, en los casos anteriores, peor la Constituyente que la enfermedad: esas empresas delictivas, las de la política y las de la justicia, pueden perder a uno, varios o muchos de sus integrantes o actores guerreros, “pero al convertirse en una verdadera empresa anónima puede(n) seguir intacta(s)”.


   Como ocurriera en Islandia, sería fundamental repensar en la sociedad civil y actuar desde la misma. De otra manera, el país devendría inviable, cerrado y alienado.

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