jueves, 22 de mayo de 2008

Consejos a jóvenes y viejos escritores

DE LA PLUMA DE ANDRÉ GIDE

Un texto significativo del Premio Nóbel de Literatura de 1947, sobre el Arte de vivir y escribir.


por Carlos Vásquez – Zawadzki


Gide afirma escribir un breve tratado de alabanza del buen obrero de la pluma literaria en ‘Consejos al joven escritor’, manuscrito encontrado después de su desaparición y publicado de manera inicial por la N.R.F.: “sólo se trata aquí del oficio”.

El tratado (del lat. tractatus; y fr. maniement, manejo, tacto y convención, pacto) se escribirá fragmentaria, polémica y mejor brevemente, al abordar temas o problemas del oficio de la escritura. Oficio o trabajo en el lenguaje, tensionados –como un arco- por ideas de economía y medida estéticas (pocos años más tarde, un Ezra Pound subrayará esa economía en la raíz etimológica de dichtung que significaría asimismo poesía, en lengua alemana): “La obra de arte –escribe entonces Gide- la deseo enteramente gratuita, pero en ésta no tolero ninguna profusión insignificante y no estimo para nada que se alcance la perfección si queda en la punta de mi estilógrafo más tinta de la necesaria para la expresión estricta de mi pensamiento. En arte todo lo que no es útil, perjudica”.

El artista, el escritor, no agotaría su saber - hacer en el conocimiento o entrenamiento –logrado a través de la lectura- de procedimientos o técnicas o retóricas estilísticas. El dominio de procedimientos formales aseguraría, sí, a los mediocres, un esfuerzo menor y el más grande éxito. La habilidad, por el contrario, es aquella que en último momento aconseja la emoción, la inteligencia de la emoción.

Al artista franco (franc, es decir, libre y que dice o escribe lo que siente y piensa), “cada nuevo tema (sujet) propone una nueva dificultad, y para triunfar no es nada toda adquisición precedente”. Así, el virtuosismo –asentado en el saber de procedimientos y técnicas- sólo produciría banalidades: Quien debe perfeccionarse es el artista, no el oficio... En este sentido también, “cada obra de arte es un problema resuelto”.

Gide recuerda esta sentencia de Keats: Better be imprudent moveables than fixtures: vale más ser imprudentes que petrificarse en la seguridad. Seguridad de todos y de cualquier orden: procedimental o retórica, temática, estética, ideológica, religiosa, psicológica, identitaria, en fin, social y cultural.

¿Incomprensión de los lectores frente a una nueva o novedosa obra artística? “El artista fuerte no se queja en absoluto de no ser comprendido por su época. Extrae más bien de esta incomprensión una garantía de supervivencia”: Esto, porque el público –el lector, el consumidor de hoy- sólo aplaudiría lo que puede reconocer. Lo novedoso, desquiciaría, lo sacaría de su lugar y seguridades. El público aplaudiría la parte de la obra menos apreciada por el artista o escritor. Los supuestos defectos que hoy afirma encontrar en una obra, serán virtudes para la próxima generación. Y a sus alabanzas habría que prestarle un solo oído; pero los dos, a la crítica, a los críticos.

El artista grande es primero que todo una gran escucha. Es paciente. Aborda la obra artística desde todas sus partes y desde todos los puntos de vista. Sabe que la grande obra escandaliza no tanto por su novedad –tan cara a un Baudelaire-, cuanto por su rechazo a aportar lo viejo o desueto. Su originalidad más real “es aquella que no se conoce”; misma que no tiene circulación. Pasa desapercibida: “La obra de arte realizada no se hace notar”.

Gide dará dos consejos finales:
1. Escribir lo menos posible.
2. Sólo escribir lo indispensable.



No hay comentarios: