jueves, 22 de mayo de 2008

La negación del Otro y los silogismos políticos

Discursos ideológicos y pulsiones de muerte en Colombia

El ejecutivo y la oposición sostienen discursos auto-referenciales y mejor ‘fractales’, esquizoides y de verdades asimismo auto-reveladas.


Presentación innecesaria

La Torre de Babel se habría caracterizado porque sus habitantes hablaban lenguas diferentes. De allí, bíblica e históricamente, la incomunicación entre sus habitantes. No obstante, la traducción de una lengua a otra u otras –como ocurre con Cien años de soledad, de nuestro universal Gabriel García Márquez, obra que cuenta con millones de lectores en múltiples culturas y lenguas--, es cuestión que resolvería la incomunicación por ejemplo en la República de las Letras o bien en cualesquiera Torre de Babel. Es posible que el traductor traicione dimensiones de sentido de la lengua original vertida a la que se traduce, pero la recepción del o de los mensajes posibilitan ‘medir’ por ejemplo a través de la seducción, el enamoramiento o mejor –como sugería E. A. Poe- el efecto alcanzado en el receptor, y deseado por su autor, la vitalidad, la calidad, la pertinencia del texto traducido y comunicado.

En Colombia, como conceptualizaría un Jean Baudrillard, el gran sociólogo francés, la situación discursiva sería fractal. Con ello se estaría manifestando la imposibilidad generalizada y total de comunicar –hablo de los actores del conflicto, actores que podríamos ser todos, incluyendo al ejecutivo, al legislativo, al judicial, a la sociedad civil, además de todas las fuerzas armadas, regulares e irregulares--, porque cada uno de los mensajes producidos no tendría un referente discursivo o más bien una red de referentes discursivos que posibiliten su recepción, el diálogo, la comunicación. Asimismo porque las estrategias discursivas serían auto-referenciales, sordas y ciegas, productoras cada uno de efectos de verdad y realidad, su verdad y su realidad, y no buscarían ser recepcionadas por Otros sujetos sociales diferentes a los Sí mismos, aquellos quienes razonan en una determinada hegemonía del pensar y actuar.

La negación del Otro

“Quien me niega, me mata”, formulaba simbólica y lapidariamente el premio Nóbel de literatura Albert Camus. En Colombia, de centro, de izquierda o de derecha políticos, encerrados en verdades incuestionables o dogmáticas (y se sabe que todo encierro, como también dogma o verdad totalitaria, enloquecen), la negación del Otro en y a través de la palabra y del lenguaje políticos constituye nuestro bien histórico y cultural menos preciado (desde el advenimiento arrasador de la Conquista española frente a universos precolombinos y afrodescendientes). Esto, en términos generales.

En términos particulares, ahora que las contradicciones históricas que vivimos se han agudizado –ante los escándalos de la derecha paraca y paranoide y sus millares de crímenes; ante la criminalización de las finanzas de la guerrilla por el secuestro y el narcotráfico, entre otros factores; ante la paraquización de la vida política en las regiones y el centro, con la pretención de refundar al país…--, el lenguaje, los discursos políticos, son producto de pulsiones de muerte, en la negación del Otro como sujeto social y político, y como sujeto simbólico en su diferencia.

Estas posiciones ideológicas sin sentido –el sentido se construye precisamente en la oposición de valores y la conjugación de las diferencias--, serían no solamente irrisorias, cuanto patéticas, sádicas, perversas y destructivas. “El Otro me vale nada”, como la vida misma.

Así, en el ejercicio de la palabra de unos y otros, trátese del discurso gobiernista, el liberal de oposición, el oposicionista de izquierda o de derecha, se recurre –como figura ideológica mayor, advertía un Barthes--, al silogismo. A todo tipo de silogismos mecanicistas, veristas, de poca monta, bajos, intestinos, pero eficaces. Los produce el señor Presidente al negar a la oposición que otrora esgrimió las armas para cambiar el sistema, al calificarlos de terroristas vestidos de civil; los produce la oposición de izquierda y liberal o social demócrata, cuando cuestiona el pasado familiar y personal del mandatario; los produce la guerrilla al oponerse a la clase del poder y de la riqueza burguesa, redimensionando otro país imaginario de igualdades impuestas desde un Estado militar, dogmático y a la vez psicótico; los producen los paracos para justificar el vacío del Estado, sus crímenes de lesa humanidad y todo tipo desmanes a punta de fusiles y motosierras; los producen los responsables de la parapolítica, al razonar y explicar sus nexos con los violentos y criminales para alzarse con el poder en Congreso, gobernaciones y alcaldías; los producen quienes, desde la presidencia, los ministerios y el Congreso, fueron financiados por el cartel de Cali y juzgados en el proceso 8.000, y ahora se afirman en la cosa juzgada.

Estos discursos de la negación signan la muerte o bien la inexistencia del Otro. Lapidarios, desprecian la vida, desprecian su sociedad pasada, presente y futura, se desprecian a sí mismos. Sus sujetos, al hablar y actuar, son terroristas… O mejor, en el contexto del mundo de la política, sado-masoquistas. Casos de salud pública… Colombia toda será un babilónico e interminable psiquiátrico, lo afirmaría todo silogista.

No hay comentarios: